Y finalmente se acabó la tranquilidad para las dos princesas.
La música que se escuchaba en el salón cambió anunciando la llegada de las princesas.
Todos los presentes se inclinaron cuando las dos niñas pasaron por delante de ellos dirigiéndose hacia su posición para la ceremonia.
Desde el lateral de la sala Alekian sonreía. Había visto crecer a las dos niñas y en ese momento veía como iban a reclamar su lugar en el mundo mágico.
La ceremonia de creación de la piedra mágica era un evento importante para cualquier niño, significaba que su magia se había estabilizado y que estaban preparados para entrar a una escuela de magia.
Para unas princesas como Aelithia y Sophiria la ceremonia significaba que demostraban que eran dignas herederas de la magia de su pueblo y reclamaban su pertenencia a la familia real como posibles herederas.
Alekian sabía que a pesar de la inocencia que las niñas mostraban con su actitud abierta y su tendencia a actuar como si todo fuera un juego esas dos pequeñas princesas conocían perfectamente las reglas por las que se regía el mundo y la posición que ellas ocupaban el él.
Aelithia y Sophiria subieron juntas las escaleras que llevaban hasta los tronos donde estaban sentados sus padres.
El rey, alto y fornido como un guerrero, era el descendiente directo de la familia real y como todos sus antecesores había heredado una gran habilidad para la lucha, un gran conocimiento táctico y, sobre todo, la amabilidad y generosidad que habían poseído todos sus antecesores siempre poniendo al pueblo por encima de la familia real.
La reina, por su parte, era una habilidosa maga a la que el anterior rey había acogido tras la muerte de los padres de esta y había continuado su educación para que pudiera sacar el mayor partido a su don.
Tras una larga amistad los dos se enamoraron y finalmente se convirtieron en unos gobernantes apreciados por el pueblo por su dedicación.
Las dos princesas también eran muy queridas por el pueblo. Ellas no actuaban altivas por pertenecer a la realeza sino que se escapaban continuamente al pueblo para jugar tanto con niños de familias nobles y adineradas como con los de familias comerciantes o familias más pobres. Eran como un punto de unión que hacía desaparecer las diferencias entre los niños.
Cuando llegaron junto a sus padres, Aelithia y Sophiria se giraron hacia los presentes.
- El día de hoy es muy importante para las dos princesas de este reino. – Dijo el rey. – Hoy demostrarán su fuerza y dedicación. Hoy demostrarán que pertenecen a la familia real. Hoy demostrarán que merecen la posición que se le ha dado en este mundo y que son dignas de él.
La música cesó.
- Ha llegado el momento de que reclamen su lugar en el mundo mágico.
Se hizo el silencio. El pueblo entero estaba pendiente de las niñas.
Incluso las sombras que se movían entre los presentes, pero no estaban atentos por expectación.
Aelithia y Sophiria se miraron la una a la otra. E invocaron al agua.
Las sombras se iban acercando.
El agua que caía de las manos de las niñas se llenó de pétalos y hojas cuando invocaron a la tierra.
Los soldados no se dieron cuenta de que alguien se iba acercando a las escaleras poco a poco.
Las niñas invocaron al viento y se formó un remolino de pétalos, hojas y hielo a su alrededor.
Alekian vio como un grupo de guerreros armados se acercaba a las escaleras con la mirada fija en las princesas y corrió hacia las niñas.
Invocaron al fuego y las llamas comenzaron a bailar a su alrededor.
La gente que estaba en las primeras filas se dio cuenta de lo que estaba pasando cuando los guerreros que comenzaban a subir las escaleras desenvainaron las espadas.
Alekian intentaba llegar a las niñas antes que ellos. No iba a llegar a tiempo. Gritó.
Las niñas se distrajeron, dejaron de invocar las magias y levantaron la mirada a tiempo para ver como un hombre levantaba su espada sobre las pequeñas.
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