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viernes, 7 de diciembre de 2012

La doncella del mar 16

Parece que casi me tengo que dedicar a diseñar mansiones... En algún momento la haré en los Sims a ver si os gusta cómo queda la mansión. Realmente tengo una imagen exacta en la cabeza. 
 
En cuanto llegó a su casa, Leira deceleró el paso.

Atravesó la verja de hierro oscuro y dejó atrás la ornamentada puerta. Se detuvo en la fuente del jardín y se limpió la arena de los pies.

Cuando se dio la vuelta, con los pies ya limpios, el muchacho rubio ya estaba de pie a su lado con unas sandalias de color azul claro en las manos.

- Gracias, Jonam. – Dijo con una sonrisa.

- Es mi trabajo. – espondió el muchacho quitándole importancia.

Leira frunció el ceño, se puso de pié y continuó por el camino de piedras hasta la puerta de la mansión del señor de aquellas tierras.

Abrió la puerta y entró.
El recibidor era una habitación enorme, con columnas de piedra ornamentadas, suelo de mármol, paredes blancas, unas puertas de madera oscura talladas, una alfombra de color granate oscuro y unas grandes escaleras de mármol que subían y se dividían en dos.

Leira caminó por la alfombra sin siquiera mirar las puertas de los laterales y la decoración y subió las escaleras. Giró y subió al primer piso por la escalera.

Caminó por el pasillo sin mirar hacia la planta baja ni hacia la barandilla de roca blanca y giró hacia otro pasillo.

Se detuvo frente a la puerta del fondo, se sacudió el vestido blanco que tirantes que le llegaba hasta poco por debajo de las rodillas, se arregló un poco el pelo, se irguió y llamó a la puerta.

Una voz profunda respondió dándole permiso para entrar.

- Espera un momento. – Le dijo un hombre no muy mayor que se encontraba detrás de un amplio escritorio.

Leira aprovechó la pausa para observar la habitación.

Era un despacho amplio, con las paredes cubiertas con estanterías repletas de libros, cuadernos y archivadores, con algún que otro marco con fotos y algún recuerdo de alguna tierra lejana.

Al fondo de la habitación había una gran ventana, la única fuente de luz de la estancia, y frente a ella se encontraba el escritorio en el que trabajaba el hombre.

Leira se quedó de pié al lado de la puerta, sin siquiera plantearse el sentarse en uno de los sillones que se encontraban, sobre una alfombra, en el centro del despacho, alrededor de una pequeña mesa.

Observó al hombre.

No llegaba a los cuarenta años, vestía un traje oscuro y llevaba el pelo rubio corto bien peinado.
Estaba revisando y firmando unos documentos que le iba pasando el hombre que se encontraba a su lado.

El segundo hombre era bastante más mayor.

Tenía el pelo gris claro y un elegante bigote remarcaba su expresión seria.

Estaba parado en una pose erguida y formal y tan solo se movía cuando le pasaba documentos al otro hombre y cuando se inclinaba con un ángulo perfecto para susurrarle indicaciones.

Al igual que el primero, vestía un traje negro, pero mientras que el del primero era como del tipo que solían llevar los hombres adinerados, el del segundo era un traje de mayordomo.

- ¿Qué quieres, Leira? – Preguntó el que estaba sentado detrás del escritorio en cuanto terminó de revisar los últimos documentos.

- Me dijeron que me buscabas, padre. – Respondió ella.


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