Tal
y como predijo Aelithia, las dos chicas llegaron a la entrada de la ciudad al
amanecer.
-
Bienvenidos a Equar. – Leyó Aelithia en el cartel con el mapa de la ciudad. –
Parece que el puerto está al sur.
Las
dos chicas se dirigieron hacia el puerto pasando por calles casi vacías en las
que sólo se cruzaron con los que empezaban la jornada antes del amanecer y unos
pocos madrugadores.
La
ciudad comenzaba a despertar cuando llegaron al puerto.
-
Ahora tenemos que buscar un barco que se dirija a la región de la luz. – Dijo Aelithia.
– Pero supongo que podemos descansar antes y desayunar.
Astaria
sonrió, estaba muerta de hambre y cansada.
-
Me encanta esa idea. – Respondió alegre.
Ambas
dieron una vuelta por la calle del mercado y encontraron una pequeña panadería
de la que salía un olor delicioso.
Astaria
se puso roja cuando le rugieron las tripas después de oler el aroma a pan
recién hecho y a miel.
-
Pues entremos aquí. – Dijo Aelithia riendo.
Cuando
abrieron la puerta, una campanita avisó de su llegada.
Mientras
Aelithia y Astaria miraban los distintos bollos que estaban ordenados en
bandejas en los distintos estantes detrás y bajo el mostrador, una joven llegó
desde el interior de la tienda.
-
¿En qué puedo ayudaros? – Dijo educadamente la joven.
Vestía
un sencillo vestido largo y de manga corta con bordados de flores.
-
Estos bollos huelen deliciosos, ¿de qué están hechos? – Preguntó Aelithia.
La
joven sonrió.
-
Éstos llevan miel en la masa, éstos están rellenos de mermelada de fresa, éstos
con mermelada de mermelada de frambuesa y éstos de compota de manzana. – Dijo señalando
las bandejas una por una.
-
Yo quiero uno de miel. – Dijo Astaria señalando los bollos dorados.
-
A mí ponme uno de los de fresa. – Añadió Aelithia señalando los que se veían ligeramente
rosados.
-
De acuerdo. – Respondió la joven con una sonrisa. – Son cincuenta Fel cada uno.
Aelithia
le entregó una moneda plateada a la joven y salió de la tienda junto a Astaria.
-
¡Está delicioso! – Exclamó Ataria al darle un bocado a su bollo.
Aelithia
le dio un bocado al suyo.
-
Tienes razón. – Respondió con una sonrisa.
Ambas
se dirigieron de nuevo al puerto.
En
ese momento las calles comenzaban a llenarse de gente, por lo que ambas se
cubrieron con las capuchas de sus capas.
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